sábado, 27 de febrero de 2010

PROLOGO


Por segunda vez, GUSTAVO RIVAS me ha concedido el honor de prologar una obra suya, y lo acepto con mucho gusto por cuanto comparto plenamente su interés por el rico y pintoresco pasado de Gualeguaychú en el cual, como ya lo manifestara en el prólogo para Calidades Dormidas, se descubre el alma oculta de la ciudad y la espiritualidad de su gente.

Algunos podrán opinar que lo que se rescata en esta obra de ese pasado carece de trascendencia histórica, por cuanto no tiene la espectacularidad de los acontecimientos considerados relevantes, pero lo que ocurre es que algunas veces no se comprende que los grandes acontecimientos son una consecuencia y no la causa de los hechos considerados insignificantes. Y esto viene al caso porque en esa historia íntima de la ciudad está el germen de su destino.

Lo que queda patentizado en este libro mas allá de su atractiva y placentera narración, es ese espíritu inquieto, festivo y cordial de nuestra comunidad cuyos frutos, ya a la vista, se manifiestan en el interés que cada vez mas está despertando Gualeguaychú en la gente de otros lugares.

VIVIR EN GUALEGUAYCHU tal el título de esta nueva obra de RIVAS, sintetiza estas cualidades penetrando con la amenidad, capacidad descriptiva, labor investigativa y aguda observación de este autor, en la sugestión de una etapa de nuestra sociedad rica en aconteceres pintorescos. Y lo hace a través de un itinerario nostálgico de noctambulismo y bohemia por los mas caracterizados bares y lugares de reunión de entonces.

Es encomiable el rescate que se hace en las páginas siguientes de personajes locales y anécdotas, pero mas aún lo es el que se hace de la esencia y el espíritu que los animaba. Con palabras sumamente expresivas, en algunos casos casi poéticas, RIVAS resalta particularidades de ese ambiente festivo en el cual la alegría contagiosa de la amistad franca y fácil cautivaba a los forasteros. En algunos pasajes, por ejemplo, describe la simbiosis que existía entre los propietarios de los locales y sus parroquianos, al punto que los intereses comerciales de estos negocios desaparecía frente al espíritu bohemio, de chanza y diversión que reinaba en los mismos, el cual, en definitiva, era una expresión del espíritu comunitario.

Con notable maestría, dejando en el lector una sensación de añoranza, RIVAS nos muestra el final de aquella época feliz de nuestra vida ciudadana explicando las causas que lo determinaron.

VIVIR EN GUALEGUAYCHU es un desfile de lugares, propietarios de bares y personajes que dieron a Gualeguaychú en sus noches y atardeceres de un pasado no lejano, una aureola sentimental en la cual, como lo señala su autor, la bohemia, lo artístico y lo intelectual unía por igual a encumbrados señorones y humildes empleados, a enjundiosos doctores con ignorantes solemnes por la magia de las copas.

ENRIQUE ANGEL PIAGGIO

COMO NACIÓ EL VALS A GUALEGUAYCHU


Empezaba la década del 40. Gualeguaychú dejaba atrás la fisonomía de aldea y se iban concretando sus pretensiones de ciudad. En unos pocos años, tuvo sus calles céntricas pavimentadas, la red de obras sanitarias, nuevas plazas y paseos, el puerto remodelado, con acceso por las flamantes Avenidas del Valle y Costanera. La habilitación del puente en 1931, dio vida al Parque Unzué y los clubes que nacieron junto al río. Desde 1936 la ciudad tuvo comunicación terrestre con Buenos Aires, gracias a la quijotada de Don David Dellachiesa, aunque todavía el puerto seguía concentrando la mayor parte del tráfico y movimiento de pasajeros.-

La guerra mundial acaparaba las conversaciones, que giraban sobre los avances del ejército alemán o el desastre de Pearl Harbour. Se festejaban las actuaciones en el fútbol nacional, de nuestro copoblano Alberto Zozaya (Padilla) , para compensar en parte las quejas por el fraude patriótico, la escasez de cubiertas, la sequía o los estragos de las últimas mangas de langosta.

Gualeguaychú era como una niña quinceañera, que se sabe linda y atractiva pero no le basta: necesita un galán que se lo diga y de la manera mas delicada. Nada hacía imaginar que el ansiado galanteo, vendría de la mismísima Buenos Aires, en forma de ofrenda musical.

Por entonces, el Parque Unzué se había puesto de moda y congregaba mucho público a toda hora. De tarde, el Neptunia realizaba importantes festivales náuticos y apasionantes carreras de autos.

De los acontecimientos nocturnos, cabe recordar los bailes que organizaba el citado Club, trayendo prestigiosas orquestas de Buenos Aires y los mas populares del Recreo Lusera.

Pero sin duda el acontecimiento mayor, había sido la inauguración en 1939, de la cancha del Racing Club -hoy de Central Entrerriano- con la presentación de la primera división de fútbol del Racing Club de Avellaneda, que acababa de adquirir al recordado Padilla.

La pujante entidad había dotado a su solar con canchas de tenis y basquet, una vistosa fuente y un frontón de paleta que se convirtió en escenario de lo que hoy recordaremos.

En ese frontón, dos conocidos artistas que venían de Buenos Aires, organizaban kermesses y otros espectáculos los fines de semana. Eran Nicolás A. Trimani y Pedro H. Noda. El primero era un guitarrista y poeta popular uruguayo. Fue autor de valses, tangos, y algunas canciones escolares. El segundo, un prestigioso guitarrista y cantor, que antes integrara un célebre dúo con Agustín Magaldi. Habían llegado a Gualeguaychú por una vinculación comercial de Trimani con Carlos Lambruschini, cantinero del Racing Club.-

Aquellas kermesses bailables, pronto alcanzaron gran éxito, tanto en lo social como en el plano económico. El prestigioso dúo, contrataba en Buenos Aires números artísticos de jerarquía: cantantes, orquestas, cuerpos de bailes españoles y además, organizaban concursos entre cantores locales. Con ese nutrido programa, lograron llevar numerosas familias al parque en la noche sabatina.

Aquellas placenteras jornadas de hace medio siglo, llenaban de satisfacción a los directivos de Racing, entre los cuales se recuerda a su presidente, Don José M. Nuñez (dueño de la Casa Nuñez en calle 25) y a Quico Vallejo, Lalo Iglesias, Juan Buschiazzo, Oscar Lapalma, Pedro Fernández Ohyamburu, Alfredo Barcia, Pedro Delcanto, Edmundo De Salazar, Leonardo Damasco y Raúl Bourilhón.

Muchos de ellos colaboraban activamente, como por ejemplo, Lalo Iglesias y Rafael Regazzi, quienes actuaban como controles en la cantina. No era ajeno a todo esto el cuidador de las instalaciones, el eximio deportista Mateo Martínez (a) "Serorena", recordado también por su apodo Boca Criolla.-

Tal fue el éxito de aquellas jornadas en el verano del 42, que un día viajando a bordo del Luna, el dúo Trimani-Noda decide plasmar su gratitud, a la ciudad que con tanta generosidad los había recibido. El primero escribe la letra y el otro la música, del hermoso vals que desde entonces se constituyó en la canción-emblema de Gualeguaychú.

Se discute en que momento y lugar terminaron de componerlo, pero lo cierto es que en una de las visitas domingueras a Quico Vallejo -de quien se habían hecho muy amigos- le obsequiaron a su señora, Carmencita de Sande, una torta de Reyes del "Apolo" en cuya envoltura escribieron el vals.

La letra de Trimani -escrita en primera persona del singular- confirmaba nuestra fama de ciudad de los poetas y se constituía en "Ofrenda musical de Buenos Aires...".

Hoy, a casi 50 años de su nacimiento, es el emblema de nuestra ciudad bella y hermosa, que recorre el país llevado al disco por los Hermanos Cuesta .

Como símbolo patrio de nuestro pago, proponemos que su letra y música se enseñen en todas las escuelas de la ciudad.

Publicado el 1/03/87

BARES - BOHEMIA - HUMOR


En la primera mitad de este siglo, transcurría tranquila la vida en Gualeguaychú. Sin embargo, esos hermosos años fueron sumamente entretenidos y ricos en anécdotas.

Los gualeguaychuenses siempre nos hemos caracterizado por nuestro carácter jovial, abierto, la fluida entrada en confianza y el culto a la amistad.-

Ese proverbial modo de ser de nuestro pueblo, impactaba a los forasteros y ello explica porqué se hallaban a gusto entre nosotros, lejos de las rigideces y acartonamientos de otras sociedades. Pero por sobre todo, les llamaba la atención el creativo humor de nuestras gentes.

Ese ángel que caracterizó a Gualeguaychú, se inspiraba en un Parnaso, animado por invisibles musas que aparecían por las noches y languidecían por la madrugada, para renacer a la tardecita del día siguiente con renovados bríos.

Tenían sus propios templos, en cada uno de los bares, cafés, fondas, comedores y boliches que abundaban a lo largo y a lo ancho de la ciudad.

Desde esos santuarios de bohemia, humor y amistad, brotaba la savia inagotable que caracteriza a nuestro pueblo. Para demostrarlo, vayan las crónicas que nos ocuparán en esta serie. Relatos verídicos de nuestros mayores, que nos muestran sabrosos ingredientes de la vida cotidiana de aquel Gualeguaychú, y nos ayudan a la comparación con el actual.

El humor era la constante en esas tertulias; en algunas ocasiones resultaba fino y ocurrente, en otras, contundente y frontal.

Los parroquianos se turnaban en el incómodo papel de víctima propiciatoria de ocurrentes cargadas, o en el mas honroso de autores de las mismas. Los que por falta de aptitudes, no salían jamás del deslucido papel de candidato, también aceptaban las reglas implícitas de este código no escrito y prueba de ello es que no se abrían del grupo.

Pero lo que marcaba el estilo y el relieve de cada santuario, era la figura omnipresente del dueño del local, que asumía batuta en mano, el papel de director de orquesta, o bien actuaba entre bambalinas, de acuerdo con su personalidad.

Y cada uno de estos maestros de ceremonia, le transmitía al recinto que regenteaba su propia personalidad, lo que influía en la idiosincrasia y estilo de cada boliche. No había dos iguales.

Si bien la legislación los consideraba comerciantes, casi ninguno de ellos se encuadraba en lo que entiende por tal el Código respectivo, ya que el afán de lucro quedaba relegado a segundo plano: eran tan bohemios como sus contertulios y su vida estaba ligada a los aconteceres que sucedían mostrador de por medio. Refirma esto último, el hecho de que ninguno se enriqueció; antes bien, muchos sucumbieron a los golpes adversos de la fortuna.

En algunos casos sus características personales eclipsaban hasta el nombre del recinto: la gente no iba a El Ancla, o al Bar Central, sino "a lo Tanicho", o "a lo Calavera".

Pasado el medio siglo, las cosas se modificaron: el tiempo libre empezó a escasear, el ritmo de vida se hizo intenso, aparecieron la inflación y los cambios bruscos en el orden económico, social y político; la televisión retuvo a muchos en sus hogares y la juventud se inclinó por el ruido. Entonces, estos bares y cafés, se fueron muriendo silenciosamente. Dos de los más representativos -la Pizzería y el Bar Central que habían sobrevivido a estos avatares- cayeron definitivamente bajo las piquetas implacables de las nuevas leyes de alquileres, golpe de gracia de los tiempos modernos que los despidió para siempre de la noche ciudadana. Como mejor homenaje, recordaremos a los que eran fuente inagotable de sabrosas anécdotas, en que lo bohemio, lo artístico y lo intelectual, unía por igual a encumbrados señorones y humildes empleados. El arte de los taberneros, ayudó a borrar diferencias entre enjundiosos doctores e ignorantes solemnes, vinculados espiritualmente por la magia de las copas. Por eso, en domingos venideros, habremos de convocar a Mario González, Calavera Orué, los hermanos Schismanov, Pedro Djukoff, Tanicho Indart, y a don Bernardo Lavigna. Los esperamos.

Publicado el 8/03/87

EL COPETIN AL PASO -1ª parte-


A mediados de la década del `40, abrió sus puertas en calle Churruarín, (ex Centroamérica) contiguo a la actual sede del Club Neptunia, el "Copetín al Paso". Este singular nombre que hoy nos resulta curioso, se había puesto de moda en Buenos Aires para designar esa mezcla entre bar y restaurante, donde las copas alternaban con las minutas. Sólo que allá esa denominación era un aditamento al nombre del comercio, en cambio aquí se llamó directamente "Copetín al Paso".-

En los inicios, sus dueños fueron Mario González, Fermín Caballero, y el Negro Tagliana, aunque al poco tiempo estos últimos se separaron y quedó Mario al frente del local. El lugar -como muchos otros de la época- era rústico en cuanto a su ambientación, y poseía algunos detalles que le daban un especialísimo toque de bodegón mistongo, familiar y acogedor.

Además del típico mostrador de madera con sus campanas de vidrio para los sandwichs y empanadas, acentuaban la personalidad del lugar los barriles de vino "Pancho Talero" y adornaban las paredes los inconfundibles frescos del pintor Petisco. De ser cierto lo que se cuenta, mas de una noche, eran éstos los únicos que permanecían "frescos".-

MARIO

Si alguien llegó a personificar en equilibrada amalgama, las condiciones señaladas para estos pintorescos personajes, que detrás del mostrador dejaron su sello inconfundible , ese alguien fue Mario González.

Generoso como el que más, dotado de un agudo sentido del humor, abierto y franco, su singular personalidad llenaba todo el recinto.

Es que él y su bodegón eran un todo inseparable. Con palabras de Ortega y Gasset, Mario era Mario y el Copetín, su circunstancia. Igual que a sus pares, no lo animaba en absoluto el afán de lucro, pero le sobraba, eso sí, ese espíritu de bromista incorregible y ocurrente, a tal punto, que sin medir gastos ni límites, era capaz de jugar su boliche entero a la marchanta en pos de una farra.- Así era Mario.

CONFITES Y BROMAS

Con las primeras sombras de la noche, empezaban a llegar los parroquianos a degustar entre copa y copa, las apetitosas guarniciones que iban saliendo de manos de su excelente cocinera, doña María Martínez.

Pero había que estar preparado y aguantarse algunas sorpresas...

Una noche, después de dar cuenta de un exquisito escabeche de conejo, apareció el anfitrión con una fuente. Contenía las cabezas de los animalitos recién comidos: eran los gatos que hasta la noche anterior habían invadido los fondos del local.-

Otro día los invitó con unas sabrosas perdices que fueron la delicia de todos, aunque la satisfacción duró poco: al rato vino Mario desde la cocina trayendo calzadas en sendas botellas, las cabezas de las deglutidas lechuzas, arregladas primorosamente con unas servilletas a modo de pañuelos.-

RAZONES DEL EXITO

Dado que el aspecto del lugar no era especialmente atractivo para atraer una clientela masiva, los primeros parroquianos fueron importados por Mario del Club Independiente. Y en poco tiempo el lugar cobró vida plena, a tal punto, que a pesar de su corta existencia -apenas una década- aquella época se nos presenta como verdadero Siglo de Pericles, por el modo con que marcó una etapa de esplendor.

Debido a sus numerosas relaciones, Mario lograba concretar la presentación de espectáculos artísticos y de varieté con figuras del ambiente local y también de Buenos Aires. Terminada su actuación profesional en Independiente, aterrizaban en ese templo de bohemia, a consumir el resto de la noche. Allí actuaban generalmente con mayor brillo y espontaneidad que en el espectáculo para el cual habían sido contratados. Pero en forma gratuita. Así, el Copetín vio pasar a artistas de relieve como Alberto Anchart, el Cuarteto Mora, AmelitaVargas; Juan C. Barbará y otros tantos.

Publicado el 15/03/87

EL COPETIN AL PASO -2ª parte-


En casi todo el anecdotario de esa fuente permanente de humor, encontramos algunas notas que identifican su origen: el sentido de la oportunidad, el chispazo de improvisación, la inagotable creatividad y fundamentalmente el efecto de lo insólito.-

Pero antes de proseguir el relato, nos detendremos a recordar los integrantes de aquel grupo que divirtiéndose sanamente, animó con graciosas ocurrencias muchas noches de parranda.

EL ELENCO

Algunos integrantes del elenco copetinero, viven aún y gracias a su excelente memoria, podemos reconstruir estas anécdotas. Estaba integrado de esta manera:

Productor y Director General: Mario González.

Actores principales del grupo estable: Raúl Ghiglia; Macho Peralta, Miguelito Fernández; Samuel Villanueva.

Actor"de reparto": Arturo Quijote Galguera (mozo).Podemos enumerar además a: Cotete Bacigalupo, Hector Yanelli, Juan de León, Licho y Toto Secchi, Horacio Clemenceau, Samuel Villanueva, Plinio Colombo, Carlitos Rossi y Hector Olaechea entre otros.

Artistas invitados: Miguel Angel Chacón y Pichongo Anastasi (que sólo actuaba en función trasnoche).

Algunos valores muy jóvenes por entonces, despuntaban su actuación como el caso de Pitingui Duarte, quien debe haber leído a Juan Jacobo Rousseau, pues hasta hoy sostiene que él era bueno, pero el Copetín lo echó a perder.

SERENATA MACABRA

En una de las célebres veladas, bien avanzada la madrugada y el nivel etílico, mientras un célebre cantor de tangos de Buenos Aires continuaba derramando canciones, lo interrumpió Cacho Alarcón de la siguiente manera:

- Dígame Maestro... si yo le pidiera un favor muy grande... que le dedicara una canción a mi novia...

- Hombre... ¿que problema hay? Indíqueme cual de estas damas es su novia.

-¿Sabe cual es el problema? Es que mi novia no está aquí; vive en un barrio alejado...

- Bueno, no hay inconveniente, siempre que Ud. tenga algún medio de movilidad.

- ¡Cómo no! Espéreme un momentito, que voy a buscar "el coche"... Habían pasado unos treinta minutos, cuando se apareció Cacho en la puerta del Copetín conduciendo un ¡coche fúnebre! de la pompa "La Nueva", donde trabajaba. Con la mayor naturalidad y sin bajarse, le hizo un ademán al cantor invitándolo a subir, ante la sonrisa cómplice de la barra. Pero el invitado, que también era hombre "de avería", sin inmutarse le preguntó muy suelto de cuerpo.

- ¿Adelante o atrás?

Subieron ambos en el pescante como verdaderos mayorales, empuñando las riendas de los cuatro orondos percherones, mientras el resto del grupo se acomodaba atrás; todos colgados como auténticas coronas, entonando cantos preparatorios de la serenata.-

Entrar en el Barrio Franco de noche, era una osada aventura en aquellos tiempos y hacia allá marcharon, dieron su serenata y regresaron con toda normalidad. Seguramente jugó de su parte el factor sorpresa: jamás en esos parajes había entrado un carromato tan lujoso y menos aún ¡a esas horas!. Aquel cantor, se hizo desde entonces un fanático visitante del Copetín, al que solía traer amigos capitalinos, para que lo conocieran.-

CABALLO ADENTRO

Juan Carlos Ayala , hombre de a caballo, era de los que tomaban al pie de la letra lo que se le indicaba. Así, cuando Mario lo vio llegar sobre su cabalgadura, le dijo: Pasá Rana, tal como lo apodaban. El hombre pasó nomás pero sin desmontar, cosa que nadie le había señalado y recién cuando estuvo junto al mostrador, se bajó del animal con toda naturalidad y lo ató en la columna de fierro que allí había.-

El asombrado caballo debe haber desconocido ese lugar, tan distinto de su habitat y ya que empleamos vocablos modernos, digamos que por esa razón se debió haber stressado mucho, ya que la crisis se le somatizó en forma liquida y abundante.

Sólo cabe agregar que los parroquinos sólo atinaron a levantar un poco sus pies sin moverse de las sillas y todo siguió igual mientras don Ayala sorbía su primera "Lusera".-

Es que en el Copetín todo estaba permitido. Y sino, que lo digan los que estaban la noche en que los vascos Aramburu introdujeron su auto al local para arreglarlo, porque no les arrancaba.

PELUQUERO AFUERA

-¡¡Macho!!... ¡Urgente tenés que cortarme el pelo en la calle!... - Le dijo un día Mario a Rodolfo Peralta, y antes de que este tomara resuello, le explicó que se trataba de ganar una apuesta.

Como el hombre no era de mucho preguntar, ahí no más se fue a buscar las tijeras, mientras otros traían un sillón prestado por la familia Secchi, a la vez que interrumpían el tránsito. Claro que todo tiene su precio, y el jocoso fígaro aprovechó para quedar bien con los amigos, prestándoles de a ratos la tijera, pues cada uno quería llevarse un mechoncito, ante la complacencia del manso cliente. Entre los menjunjes que Macho tenía en el maletín, había un frasquito con una tintura concentrada, de la que solo dos gotitas alcanzaban para cubrir las canas de una dama.

El desastre que le hicieron en la cabeza a Mario no fue nada, comparado con la bomba que explotó luego en su casa.-

Es que le habían vaciado el frasquito entero y pasados tres días, su esposa, la recordada maestra doña Clorinda Tiragallo, seguía preguntando que le habían echado, por que ya llevaba arruinados con azul: dos camisas, tres sábanas, una camiseta, fundas, repasadores, tohallas, y la cabeza le seguía destiñendo.

(Publicado el 23/03/87)

EL COPETIN AL PASO -última parte-


LA BROMA DEL SIGLO:

LA CANDIDATURA DE "EL PADRE" TORRES

Hemos reservado para el final, el relato de esta travesura surgida entre los habitúes del Copetín, que sin quererlo, se convirtió en la broma de mas vastos alcances que registra Gualeguaychú.

EL PERSONAJE

Quizás por aquello de Todo bicho que camina..., el billetero Manuel Torres, adscripto a la agencia La Mascota, aterrizaba algunas veces en el Copetín, donde además de comprarle billetes, los parroquianos fingían cierto interés por la misteriosa religión que predicaba; de ahí su apodo El Padre. Alcanzaba tal identificación con sus curiosas creencias, que su verba se encendía con fanatismo y la grandilocuencia de las frases corría pareja a la incoherencia del contenido. Así, en una de esas entretenidas sesiones, alguien captó con perspicacia, que a través de estos arrebatos de megalomanía, el hombre "reunía las condiciones" y en el momento concibió la gran idea, mas tarde compartida por todos. Obviamente contaron con el incondicional apoyo logístico de Mario, y toda su infraestructura.-

PRIMEROS APRESTOS

En efecto, la misma noche en que despedían a Don Dionisio Peralta, con motivo de su jubilación en el Correo, allá por 1946 -año electoral- la idea comenzó a corporizarse con el anuncio oficial de la candidatura de Torres para INTENDENTE DE GUALEGUAYCHU. Al principio todo transcurría intra muros en el Copetín, pero pronto un inevitable y acelerado contagio colectivo, hizo que la candidatura trascendiera a toda la ciudad. Así, el gran letrero que frente al bodegón proclamaba visible: "Torres Intendente", rápidamente se multiplicó en paredes y cordones de todos los barrios, mientras comenzaban a circular los volantes que Juan De León imprimía en La Claridad. En pocos días, la popularidad del Padre Torres, había crecido en forma asombrosa. Es de lamentar que por entonces no existieran las encuestas para cuantificar el fenómeno.

LA PLATAFORMA

El libretista Samuel Villanueva puso toda su vena creativa en la confección de una plataforma para Torres, la que debía proveerle de la mística necesaria, para conquistar un apabullante apoyo multisectorial. El novedoso proyecto que el Padre sometía a juicio de sus conciudadanos, contenía ideas revolucionarias para la época, entre ellas: el embaldosado total del río, usando como soporte un pavimento flotante para que no lo dañaran las crecientes; la transformación de la red de obras sanitarias en un vinoducto para que el preciado líquido llegara gratuitamente a toda la comunidad; la construcción de una gran alambrilla que cubriría toda la planta urbana, para preservarla de la langosta y un toldo de igual tamaño para el verano, convertible en techo para los días de lluvia. También se preveía rodear todo el parque con una funda lateral, para que la gente pudiera tomar mate sin problemas en días de viento.

LOS ACTOS

Una plataforma tan novedosa no se podía desperdiciar en el reducto de su nacimiento. Había que hacerla trascender y para ello, se organizaron dos grandes actos: primero fue una cena de proclamación en el mismo Copetín, cuya desbordante concurrencia obligó a cerrar el tránsito, para ocupar con mesas toda la cuadra.

Ante semejante éxito, se organizó después el gran acto de proclamación en 25 de Mayo y H. Primo (actual Italia), con uso de altoparlantes y una multitudinaria concurrencia. A todo esto, en el seno del Partido Radical Tito MartÍnez Garbino y Morocho Bértora, mostraban preocupación porque el gran público estaba más para Manuel Torres, que para la campaña en serio. Con tal motivo, llamaron a la reflexión a Samuel para que pusiera fin al asunto. Pero era imposible a esta altura detener el avance de la candidatura. Ni siquiera las advertencias que Soco Pérez le pasaba desde enfrente por altoparlantes a todo volumen: "Te están engañando, Torres...", lograban llamarlo a la realidad . El pueblo entero se había prendido en la célebre cargada; la policía hacía la vista gorda y hasta el Intendente Municipal verdadero, prestó su colaboración.-

En efecto: Don Pedro Fernández Oyhamburu que detrás de su gesto adusto, escondía un espíritu sensible y un humor no desbordante pero sí oportuno, se detuvo un día frente al Copetín por casualidad, con su De Soto y el chofer Hipólito Ojeda pulcramente uniformado, e invitó a su virtual sucesor a recorrer las obras.-

IMPORTANTES "ADHESIONES"

Para la época de los grandes actos, Torres ya había cambiado su proverbial saco-pijama, por el traje blanco que sus promotores le habían comprado, junto con el bastón y sombrero Panamá. El día del gran banquete, antes de pronunciar su discurso en calle Churruarín, le llegaban innumerables ramos de flores que se iban anunciando sucesivamente. Al principio, provenían supuestamente de las chicas más lindas de la ciudad, por ejemplo, Catita Nieto. Luego de los presentes enviados por los restantes candidatos, que se rendían ante el inminente triunfador, llegaba el ramo del propio Intendente de Buenos Aires. Venían después los de Gobernadores, Ministros y el Presidente Perón, para rematar con los telegramas que enviaba la mismísima Corona Inglesa y Su Santidad Pío XII, adhiriendo a su candidatura. Cabe destacar a esta altura, la valiosa colaboración de los muchachos del Correo, sito por entonces en 25 y Churruarín, que se encargaban no sólo de confeccionar los importantes telegramas, sino también de hacer circular por las ventanas del edificio, el ramo de flores que, por supuesto era siempre el mismo (por razones de costo).-

EL FINAL

La noche del escrutinio Torres constató con cierta preocupación, que en los comités no figuraba su lista. La duda fue pronto disipada: se le explicó que los votos que se computaban en blanco, eran los suyos. Así culminó la célebre diversión que nació en el Copetín y se extendió a toda la ciudad, algo que seguramente no se repetirá.-

Y así termina la parte de esta serie dedicada al legendario recinto desde donde sus moradores irradiaron tanto humor. Alguien podría discrepar con esta forma de divertirse. No quisiera tomar parte en la discusión. Eso sí: lástima no haber nacido veinte años antes.

Publicado el 29/03/87

LO TANICHO -primera parte-


- Vieja , me voy pa' lo Tanicho...

¨¿ Cuántos maridos del barrio del Puerto, durante cuarenta años, se habrán despedido así para dirigirse hacia aquella Meca de la bohemia, que fue el bar de Tanicho?

En el corazón del populoso barrio -por mucho tiempo centro de la vida comercial y social de la ciudad-, aún pervive parte del añoso edificio, en la esquina Noroeste de Alem y Del Valle.

Sus paredes con señoriales arcadas, resabios arquitectónicos de un pasado mejor, fueron caja de resonancia del bullicio portuario con sus gentes alegres de vida sencilla, trabajo febril y espíritu jovial. Por su ubicación, clientela y características, puede decirse que el bar de Tanicho marcaba el pulso del puerto y por eso no podemos entrar en nuestro tema, sin referirnos primero a lo que era el pintoresco y pujante barrio.-

EL PUERTO

A principios de siglo, el Puerto de Gualeguaychú tenía una intensa actividad. Docenas de barcos de todo calado, (veleros, vapores, paquetes) amarraban junto al viejo muelle de madera y zarpaban a diario, propagando alrededor su bullicioso trajín, mezcla de murmullo humano, rechinar de carros y pitadas de sirenas.-

Oleadas de tripulantes al terminar sus jornadas laborales, recalaban en el concurrido café "Caza y Pesca" de Don Daniel Risso, emplazado donde hoy está la Plazoleta Italia, con sus infaltables mesas de billar. Este era lugar obligado de reunión para tripulantes y changarines, además de sus habituales parroquianos: Américo Cabilla, Antonio Borro y José Bonifacino.-

Un poco mas al sur, el centro de acopio de frutos del país (leña, frutas. hortalizas, huevos, miel etc.) de Don Pablo Bendrich, recibía la variada carga de los barcos isleños, en el edificio de dos plantas que la gente del barrio bautizara "el Kiosco", por su particular forma. Mas al sur todavía, el mercadito de Don Antonio Borro proveía de frutas y verduras a toda la barriada. Tomando por Alem, en la esquina que luego fue de Tanicho estaba la residencia y Agencia Marítima de Don Juan Bagalciaga y en el mismo lugar funcionó el tradicional Café de Portela, atendido por el padre de Don Manuel, el poeta del río. A pocos metros en dirección hacia el centro "La Buenos Aires", de Justino, Alberto y Francisco Martinolich, surtía de pan y galleta a los barcos. Unos metros mas adelante, funcionaba el almacén "La Marina" de Don Juan Girardelli, quien lo donó para que se levantara allí la actual Capilla de Fátima, donde ¡oh casualidad! ejerce el sacerdocio Pablo Orcese, un bisnieto de Don Juan. Pero casi nadie llamaba al almacén por su nombre. Se estilaba identificar a los inmigrantes por su lugar de origen, de modo que el tradicional comercio era conocido como "lo Rapallo", dado que en ese pueblo de Italia había nacido Don Juan.-

Después venía el astillero de Miguel Izzeta, cerca de donde estuvo barraca de Nicolás Mendaro.

Remontando Del Valle, se veía primero la agencia de la firma naviera Mihanovich, que regenteaba con Don Cesar Murature (después funcionó allí mismo la Barraca Vaispapir), mientras la de Francisco Gavazzo se ocupaba de los buques particulares. Al llegar a Caseros, sobre la esquina derecha, los hermanos Benvenaste atendían "La Montañita" (mas tarde almacén de Juan Razetto) y enfrente, dónde había estado la sociedad recreativa Los Ribereños, funcionó durante muchos años el típico mercadito de Mazella.

Otras notas realzaban el pintoresquismo del barrio, como el paso del tranvía a caballo por la elegante calle Leandro N. Alem (se llama Del Puerto y fue de las primeras empedradas) por donde también circulaba el mateo de Quintero, que ofrecía en forma galante paseos a las chicas.-

Finalmente, dos precarias construcciones donde la calle Diamante (3 de Caballería) moría en la ribera, matizaban el paraje con su sabor lugareño y la simpatía de los moradores: el ranchito del pescador Rippa, cuyos vestigios perduran y sobre la costa, la casilla de la lavandera Doña Macedonia Viale "la del lobanillo", que fregaba por las mañanas en los pedregales de la orilla.-

LA COMUNIDAD PORTUARIA

El barrio del Puerto era propiamente una comunidad, compartida por trabajadores humildes y familias tradicionales de reconocida prosapia portuaria, como los Gavazzo, Obispo, Cerrutti, Buchardo, Czar, Murature, Portela, Razetto, Merello, Schiaffino, Márpez, Salas, Guastavino, Basile, Cabilla, Borro, Rivas ¡que prosapia!, Duarte, Bonifacino, Ostera, Merlini, Bibé, Bagalciaga, Izetta, Giusto, Durrutty y otras tantas pueden llamarse con orgullo "fundadoras". Las que se incorporaron después, comparten ese especial apego por el Puerto.-

"TANICHO"

Hasta allí llegó un día, en la década del treinta, Eusebio Valentín Indart, cuyo apodo Tanicho había heredado de su padre. Era oriundo de la costa brava del Gualeyán, donde vivió hasta los doce años. Después trabajó con Sixto Vela y fue dependiente de Don Juan B. Borro, con almacén en Paraguay y Jujuy. Cumplido el servicio militar, Tanicho se radicó un tiempo en Buenos Aires, en un garage de la Calle Zuviría, donde alojaba a numerosos amigos que iban por motivos de estudio o trabajo. De vuelta a sus pagos, explota en sociedad con Domingo Roberto Rodríguez Pivas, un bar en la esquina de Alem y Diamante, por breve tiempo. A principios de la década del cuarenta, animado por sus amigos, arrienda a Don Daniel Grané el espacioso local que hasta entonces había ocupado la confitería de Horacio Benvenutto. Después la adquirió en propiedad y llenó allí durante casi medio siglo, las páginas que seguiremos relatando.

Publicado el 5/04/87

LO TANICHO -2ª parte-


Como todos los bares portuarios, el de Tanicho tenía ese especial sabor que otorga el ambiente barquero. Diríase que era una prolongación del puerto, como si de él formara parte, pués todo lo que acontecía junto al muelle, se reflejaba en la vida del bar, como había sucedido antes con el café Caza y Pesca, de don Daniel Risso.

Así era. En los años veinte por ejemplo, constituía un gran acontecimiento la llegada al puerto de los Ford T, para la agencia de don George Elmer Oppen. Multitud de curiosos, se arrimaban para verlos descender suspendidos en los guinches colgando de sus lingas y ya en tierra, partir en caravana tocando sus cornetas entre gritos y aplausos del público.

Terminado el espectáculo, se iban todos al café de Risso.

Dos décadas después, era el bar de Tanicho el que palpitaba al ritmo del puerto. Cuando el día domingo llegaba el vapor de pasajeros Ciudad de Concepción en viaje directo -el Luna y el Viena hacían trasbordo- desde el capitán hasta el último tripulante se dirigían "a lo Tanicho" donde se los esperaba con grandes asados, verdaderas fiestas que se prolongaban hasta la madrugada.

También el movimiento comercial repercutía en el tradicional bar. Hasta la década del 50, en épocas de trilla, las bolsas de cereales llegaban al puerto en carros. La espera para el pesaje y descarga obligaba a formar filas de mas de dos cuadras, tanto por Alem como por Del Valle. Los carreros mataban su tiempo en animadas reuniones en que alternaban los cuentos, chistes, partidas de truco y asados en el Sindicato (Portuario, Alem y Concordia) o simplemente acudían a lo Tanicho.

Y estaba tan integrado a la vida portuaria, que muchas compañías le encomendaban pagar los de sueldos de sus barqueros, quienes en su concurrencia diaria, gastaban a cuenta.

EL LOCAL

La espaciosa finca, que antes había sido la fonda de Batmalle, abarcaba casi un cuatro de manzana. Sus numerosas habitaciones alrededor de un amplio patio, posibilitaban el desarrollo simultáneo de diversas actividades.

El aspecto señorial del salón principal, se percibía desde la entrada: hacia la izquierda había una gran arcada, que formaba un separador con barrotes de madera labrada. El mostrador principal era una pieza maestra de ebanistería, con motivos tallados a mano de excepcional calidad. Llamaban la atención los finísimos espejos biselados, sobre el estante de las bebidas. Completaban el mobiliario dos billares, mesas y sillas de estilo. A los fondos de la finca, funcionaban dos canchas de bochas, lo que nos da una idea de sus dimensiones.

LA BARRA

A lo largo de los años, infinidad de ocurrentes poblaron aquellos salones. Como en muchos bares de esa época, se daba aquí en forma muy especial, una característica ya señalada: la inexistencia de barreras sociales entre los habitúes, pues era frecuente que distinguidos profesionales o comerciantes compartieran las copas con changarines, marineros o carreros. El truco, el mus, la carambola o el casín, matizados por ese constante ir y venir de copas, entre bromas, cuentos y carcajadas, daban el clima a cada jornada embebida de puerto, de barcos y de río.

De los concurrentes, podemos recordar algunos nombres que constituyen el núcleo de la barra de Tanicho; don Juan Razzetto, Alvar Gavazzo (a) el Rengo, Chelo Murature, Tingo y Tuca Salas, Carlitos Macchiavelo, Oscar Quinteros, el Gato Rivollier, Enrique y Carleye Gavazzo, el Negro Caballero, Calengo Rivas, Garza Bottani, Palito Merello, Ramón Arigós, Samuel Villanueva, Enrique Gutiérrez, Eduardo Suárez, Chiche Razzetto, Carlos Reynoso, Guacho Almada, Alejandro Corvalán, Juanito Bonifacino, Leiva y Soto entre otros. Ocasionalmente, aparecían Mateo Dumón, el Pato Luciano y Carlitos Rossi.

De vez en cuando se aparecía don Andrés A. Rivas (a) Macho Viejo, con sus aparejos y pescados, o algunos de sus hijos, como Calandria, el Tape y el Mono. Y aquí nos detenemos, ya que nos comprenden las generales de la ley.

Publicado el 12/04/87

"LO TANICHO" -última parte-


EL RENGO GAVAZZO

Uno de los personajes mas simpáticos del Barrio del Puerto, y animador de innumerables jornadas del bar "El Ancla", fue Alvar Gavazzo (a)"el Rengo".-

En todas las anécdotas que dan vida a estos relatos, el Rengo tiene algo que ver. No era para menos: dotado de un carácter jovial, el buen humor de que hacía gala no se empañaba con el paso de los años, al contrario. Se divertía él y entretenía a los demás con su repertorio inagotable de ocurrencias, cuentos, apodos, cargadas y solía tramar intrigas entre sus contertulios, cuyo desenlace provocaba un estallido de carcajadas, como en las comedias de enredo.-

Hasta en los menesteres mas simples -como despachar una carta- el Rengo demostraba su buen humor: la echaba en el buzón que había en la pared de Tanicho y luego, poniéndose en puntas de pie, se asomaba a la boca del mismo y le gritaba:

-¡A Canelones, República Oriental! ...

Aquello tenía algo de Wimpi, quien definía al chichón, como "la fuerza que hace el de adentro para salir a ver quien le pegó".-

Cierta vez estaba el Rengo en lo Tanicho, luciendo un elegante saco de su hermano Roberto, con las iniciales R.G. Alguien lo quiso farrear:

-Si le usas el saco a tu hermano, por lo menos sacale las iniciales.

- No, viejito, perdoname pero las iniciales son mías: ¡¡Rengo Gavazzo!! ..fue la contundente réplica.-

POLLA MACABRA

El humor de aquellos bohemios, no retrocedía ante la enfermedad ni la muerte. Una vez lo fueron a buscar al Guacho Almada en lo mejor de una truqueada:

- Guacho, te vengo a buscar porque tu mujer está enferma ...

- Pues hombre, entonces te has equivocado: si mi mujer está enferma, no es a mi a quien tenes que buscar, sino al médico ... Resultaba notable la actitud displicente con que abordaban el tema de la muerte. Habían organizado una polla, que consistía en adivinar quien era el primero. Por supuesto que todos apostaban a el Rengo, quien encabezaba la mayor parte de las listas.

Pero una vez mas se dio aquello de el que ríe último ..., ya que el destinatario de tales apuestas, uno a uno los fue manijeando a casi todos.-

Mas conmovedor aún, resulta la serenidad con que enfrentaban a la muerte ya "decretada". Ante su inminencia, no sólo no se entregaban, sino que la desdeñaban, haciéndola motivo de nuevas chanzas. Así por ejemplo en 1948, tanto Enrique Gavazzo como Fernando Rivas (el Mono), estaban desahuciados y no se les ocurrió mejor idea que hacer una apuesta para ver quien se iba primero.

Dios no quiso que en aquella puja hubiera un ganador y entonces decretó un empate: ambos murieron el mismo día: el 7 de octubre. Esto ocasionó algunos inconvenientes al Rengo, pues estando en el velorio del Mono, de tanto en tanto se cruzaba al de su hermano "por si alguno me va a saludar".

TANICHO

Destacamos al comienzo, que la personalidad del dueño, se transmitía como una marca a cada boliche. Encuadrado dentro de aquellos rasgos generales, cada uno tenía, sus peculiaridades. Así Tanicho, con su actitud tranquila y bonachona, tan distante del humor chispeante de Mario, como de las rabietas de Calavera, ejercía sin proponérselo, un sutil liderazgo desde el mostrador. Honesto, buen amigo, generoso, desinteresado, con su cabeza blanca y su mirada mansa, era querido por todos en el barrio. Radical de tradición, tenía como amigos a encumbrados políticos y dirigentes, pero jamás pidió ni aceptó favores. Muy rara vez bebía, salvo en oportunidades muy especiales y en forma muy medida. En ocasiones, cuando el bar estaba lleno de parroquianos, lo dejaba a cargo de su hijo Raúl -muy jovencito- y se alejaba un rato del mundanal ruido. Como para poder charlar tranquilamente, sobre todo si lo visitaba Don Carlos A. Carmona, su amigo de toda la vida. Excepcionalmente anotaba los fiados, ni siquiera los registraba en su memoria. Simplemente confiaba. Ese era Tanicho.

EL FINAL

Dijimos el domingo pasado que los bares del puerto estaban ligados a la vida de este. Tanto es así, que cuando comenzó a declinar la actividad portuaria en forma paulatina, a raíz del progreso de las comunicaciones terrestres, también el bar de Tanicho inició su lento declive. Pero no era hombre de entregarse así nomás. Fueron necesarios golpes muy grandes y reiterados para doblegarlo, como la creciente del 59. El era -como muchos del puerto- de los que no abandonaban su casa por mucha agua que viniera. Quedó literalmente arruinado, pero siguió adelante.

En la década del 60 dividió el local, al arrendar el bar a Meco Delavaut, reservándose una parte para explotar una carnicería. Pero no había nacido para eso. En la década del 70 lo vemos nuevamente al frente de su bar -mas reducido- que se poblaba de uruguayos cada vez que llegaba la lancha de pasajeros Carapachay. Al inaugurarse el Puente General San Martín en septiembre de 1976, los clientes orientales desaparecieron y con ellos el sostén principal del bar. Pero para vencer a Tanicho ya casi setentón, se necesitaba un golpe mas contundente. Y vino la creciente del 78, cuya altura superó la del 59. Con veinte años mas encima, absorbió ese revés, reabrió el bar pero quedó herido de muerte.

Presentía el fin y tal vez por ello frecuentaba mas seguido el Barrio Norte de su adolescencia, en sus visitas a Don Carlos A. Carmona. Y una mañana de 1978, Tanicho olvidó despertarse. Se fue así, con la misma mansedumbre con que había vivido: en silencio, sin anuncios ni despedidas. Hubo lágrimas en todo el barrio el día de la muerte de Tanicho. Es que con él, moría un poco el puerto mismo. El mismo que lo vio llegar a principios del 40 y con el correr de los años, lo adoptó como uno de sus hijos mas queridos.

Publicado el 19/04/87