sábado, 27 de febrero de 2010

PACO


-Pache, joven,... póngache cómodo...ya vamo a buscar a chu amigo.

Impactado por la personalidad e inconfundible dicción de aquel amable morador-portero del Asilo de Ancianos- el visitante no pudo reprimir la curiosidad e inquiró a la monja que pasaba por allí.

-Digame, hermana... ¿quién es el señor que me atendió?

-Es Paco, el famoso Paco.

Instantáneamente fluyeron a la memoria del jovencito, numerosas anécdotas oídas sobre el personaje que no alcanzó a conocer en la calle, pero que circunstancialmente había venido a encontrar en el Asilo, en una de las visitas a su amigo Manyún.

Ni el visitante ni Paco vislumbraron en ese momento que, veinticinco años después, el primero se encargaría de dejar plasmado en estas páginas, el recuerdo del segundo.-

Aquel hombre ya anciano, de tez morena, de dicción cortante y apretada, que caminaba como hamacándose, parecía haber encontrado en el Asilo y tanto en su función de conserje, como ayudando en las misas, una justificación que la calle no le había dado. Su rostro irradiaba la satisfacción de ser útil, y el empeño que ponía en su cometido, le añadía una expresión de íntima felicidad.

Era Paco. El mismo que durante décadas deambuló por las calles de Gualeguaychú con sus canastas y sus paquetes; el de los mandados y de las changas con que se ganaba la vida, llenando con mil anécdotas la vida cotidiana de nuestro pueblo.

La vida de Paco, que en realidad se llamaba Rubén Gómez, fue como la de tantos tipos callejeros, un drama que arranca desde su infancia desgraciada, que le dejó secuelas permanentes.

A principios de siglo, en la esquina de Francia (Colombo) y Misiones había dos grandes y característicos ranchos. En uno de ellos vivía Paco con su madre, víctima desgraciada del alcohol. Las numerosas cicatrices que el hijo tenía en la cara, además de su desviación en la vista y su oligofrenia, fueron seguramente consecuencia de los malos tratos que recibió de niño.

Heredó de la madre la afición por el alcohol. Se ganaba la vida con los mandados para las familias que lo requerían, o haciendo changas como era muy usual en el Gualeguaychú de entonces. Era dado al diálogo, siempre y cuando no lo hicieran enojar, cosa que ocurría si lo farreaban deliberadamente.

Tal vez la anécdota mas difundida de Paco, fue aquella relativa a su condición de inundado. Después de la creciente de 1959, se repartían entre los damnificados, colchones, ropas, víveres, etc., para lo cual se había formado una larga cola. Cuando le llegó el turno a Paco, alguien que lo conocía preguntó:

-Pero decime, Paco... ¿vos también sos inundado?

-¡Paneche que choy inundado! -replicó vehemente el aspirante al colchón.

-¿Y dónde vivís?

-¡Al lau del Hospital! . Paco no había aprendido a mentir.

Al igual que Manyún y Recalde, Paco terminó sus días en el Asilo.

Pasó allí sus últimos años. Talvez fueron los mas felices, porque bajo el cuidado de las monjitas, encontró el hogar que nunca había tenido.

En la próxima edición, una selección de tres personajes de novela: Pintos, el Loco de la carretilla y Guevara.

Publicado el 24/01/88

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