sábado, 27 de febrero de 2010

LOS MEMORABLES BAILES DE LA AURORA (3º Parte)


Bueno, ahora ¡por fin! empieza el baile.

Se arrancaba generalmente con un pasodoble, cuyo ritmo movido invitaba a despuntar el vicio, siendo por ello una receta infalible para armar el baile. Había muchos pasodobles en el repertorio, pero Virgen Morena fue el de mayor aceptación durante largo tiempo.

Si el ambiente estaba frío, eran los propios directivos los que primereaban y en pocos instantes la pista estaba llena.

La invitación a bailar estaba rodeada de un ritual ineludible. El joven debía acercarse a la elegida y generalmente ante la mirada inquisidora de la madre (que se reservaba los comentarios para después), interrogaba formalmente: ¿quiere bailar? o bien ¿Es gustosa de bailar?, u otras fórmulas, según el grado de rebuscamiento que alcanzara su labia. Por aquella época, el cabeceo a distancia era rechazado por toda chica que se preciara, pues se consideraba una actitud poco caballeresca. Sin embargo, los mas tímidos lo intentaban a veces, porque no había cosa mas espantosa que llegar hasta la dama y a la vista de todos, tener que volver ante la barra con un rebote a cuestas. Aceptada la invitación, una leve inclinación de cabeza bastaba para expresar los respetos a la matrona, y ésta hacía después un discreto seguimiento de la pareja bailarina, aunque algunas bastantes corsarias, no disimulaban para nada la marcación. Es que la misión de las madres no se agotaba en acompañar a sus hijas: también debían colocarlas y ¡no con cualquiera!

Al promediar el siglo, la reglas se fueron flexibilizando y para invitar a bailar, se impuso el simple cabeceo a la distancia. Perviven los comentarios sobre las cargadas que le hacían a un cabezón. Le decían los amigos que cabeceó a una chica y se pararon tres.

Se bailaba junto, el varón tomaba a la chica con discreción ya que el menor exceso era mal visto. Después de cada pieza, el baile se detenía por unos instantes y en ese recreo, el director indicaba la próxima pieza a tocar, para que cada músico aprontara la partitura correspondiente en su atril.

Luego probaban brevemente sus instrumentos y cuando el locutor terminaba de anunciar la interpretación siguiente; recién entonces se reanudaba el baile. No había en aquella época pegaditos, ni enganches.-

En lo que respecta a la música bailable, reinaba el tango pero no en forma absoluta. El gusto fue variando y nuevos títulos desplazaron a los anteriores, aunque subsistían los clásicos. Así, quienes en los años veinte volcaban sus preferencias por Noche de Reyes, en la década siguiente se inclinaron por Ojos Negros, sin olvidar los celebrados Loca y Chiqué. Mientras, seguían vigentes aquellos que estaban destinados a vencer el paso del tiempo: 9 de Julio, Amanecer, El Entrerriano, Derecho Viejo, Quejas de Bandoneón, para citar sólo algunos de los que arrasaban con la audiencia, cuando las radios empezaban a competir con las Victrolas.

La gente supondrá que este cronista entiende poco de tango, porque se olvida del principal. No se apresuren a juzgar: la orquesta sabía hacer tiempo: recién a la mitad de la presentación, cuando la pista estaba llena y el director palpaba que el baile había alcanzado su clímax, entonces, ¡no antes! se iniciaba la ejecución casi solemne de ¡La Cumparsita! Es que las reglas de la liturgia tanguera, hacían que el himno, no pudiera tocarse en cualquier momento.

Además del tango, también solían interpretarse milongas, polcas y rancheras. Entre estas, las mas celebradas eran Mate Amargo y Cadenita de Amor. La presencia del vals, otorgaba al baile un halo de elegancia y delicadeza; Olga y Desde el Alma descollaban por entonces, sin olvidar al clásico La Pulpera de Santa Lucía, que cantó en el Teatro Gualeguaychú el célebre Ignacio Corsini, allá por los años veinte.- En los últimos tiempos de La Aurora, se incorporó al repertorio, el hermoso vals dedicado a nuestra ciudad, cuyo origen habrán leído en la nota inicial de esta columna.

Luego se hacía una pausa para el ambigú, pero eso será tema para la próxima.

¡Por fin bailaron! ¿Vieron que valía la pena esperar? Seguramente quienes no conocieron La Aurora, habrán experimentado el mismo asombro y admiración que sintió este autor, cuando escuchó los relatos. Por eso fue que nos detuvimos en los detalles previos, para que ubicados en la época correspondiente, pudieran comprender y apreciar que distinto modo de divertirse tuvieron nuestros abuelos.

Publicado el 30/04/88

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