sábado, 27 de febrero de 2010

LOS LAVIGNA (1ª parte)


Cincuenta años atrás, la esquina de Montevideo y Paraná (Doello Jurado)

tenía un marcado sabor tradicional, por los tres locales comerciales que allí existían: la Fonda de Rippa, en el ángulo SO; el Almacén de Don Benjamín Vega (con cancha de bochas), en el NO y la Carnicería de Lavigna, en el SE. La esquina restante era ya ocupada por la cancha de deportes de la Escuela Normal. Hoy en 1987, sólo queda de esos tiempos la canchita. Es en la Carnicería, donde detendremos ahora nuestra atención.

Don Bernardo Lavigna vino a romper con el pasado peluqueril de aquel lugar. Porque antes había funcionado allí la peluquería de Cardona y mas antiguamente la de Cepeda, que afeitaba con gillettes porque no tenía navaja.-

LA CARNICERIA DE LOS LAVIGNA

¿Y en que se diferenciaba esta carnicería de las otras de su tiempo, para figurar en este rescate? Pues era esta una carnicería política y aunque parezca increíble, de a ratos ¡literaria!

En aquella década, el radicalismo se dividía en personalistas y antipersonalistas. La primera de ambas denominaciones correspondía a los seguidores de don Hipólito Irigoyen. Era común entonces, y el hábito persistió hasta la década siguiente, que las distintas facciones políticas tuvieran determinados puntos de reunión, generalmente boliches.

Lo que resulta llamativo, es que se eligiera una carnicería para estos menesteres. En realidad no tendríamos que extrañarnos, porque los fundadores de nuestra patria se juntaban en una jabonería. Se da por descontado que los concurrentes a lo de Lavigna, no utilizaban el lugar para conspirar: las reuniones eran abiertas, públicas y a la luz del día.-

MEDIODIAS ANIMADOS

Don Bernardo era capataz del Matadero Municipal, que funcionaba en calle Suipacha (Perón) al Sur, frente al Frigorífico. Al terminar la jornada al filo del mediodía, los obreros venían hacia el centro en sus bicicletas, trayendo achuras para la siempre pronta parrilla de Don Bernardo. Entonces se armaban animadas reuniones, entre naipes, vasos de vino y esa algarabía tan común a los boliches de la época, cuando se juntaban barras grandes a la salida del trabajo. A veces la picada comenzaba en las cercanías del Matadero, a media mañana. Era costumbre por entonces, que cuando promediaba la faena, se acercara la gente humilde de aquella zona, o del Munilla, entre la que se repartían las menudencias, actitud solidaria que fue desapareciendo con el tiempo.-

"EL DOCTOR"

Lo mas granado de la dirigencia radical (personalistas) se daba cita en las amplias dependencias de la carnicería de Lavigna, que como anexo tenía, sobre calle Montevideo, una cancha de bochas. Empezamos por el mas característico de aquellos personajes: el Doctor Enrique Gutiérrez. Abogado de nota, político de raza, asiduo concurrente a las carreras de caballo, alternaba en todos los ambientes, donde era bastante conocido y respetado. Eran los tiempos en que los doctores eran Doctores y no como ahora, en que los abogados recién recibidos, no consiguen ni que los traten de usted.

Se recuerda a don Enrique con su proverbial figura galana, adornada con el infaltable sombrero rancho, sus trajes grises cruzados de impecable corte, camisa de seda y moño al cuello, lentes impertinentes sin patillas, pañuelo de tres puntas finamente arreglado, zapatos de pulquérrimo brillo, bastón en una mano y en la otra el infaltable portafolios. Era "el doctor" por antonomasia, y se movilizaba en mateo, conducido por su inseparable Chinganga (Cristaldo), o bien en coches de alquiler. Cuando caminaba, era característico su andar acompasado, ya sea al ingresar a tribunales o al bajar en el hipódromo con sus binoculares. Atento y ceremonioso, el doctor tenía mil recursos para ganar amigos y generar adhesiones, sin distinguir fortunas ni edades. Una vez, quien esto escribe llegó a cortarse el pelo a lo de don Ceferino Lapalma, que terminaba de afeitar prolijamente al Doctor. Yo tenía por entonces quince años, y la precoz incursión política -en un partido que no era el de don Enrique- me había valido el apelativo de jefe, que paternalmente este me adjudicara. Terminado el corte de pelo al momento de pagar, me sorprendió la respuesta de don Ceferino:

- No me debés nada pibe; tu corte ha sido abonado por el doctor.

En próximas ediciones seguiremos hablando de otros conspicuos concurrentes a la carnicería de Lavigna y de "la gente del doctor".

Publicado el 19-7-87

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