sábado, 27 de febrero de 2010

LOS BAILES DEL CLUB INDEPENDIENTE (5ª nota)


Para que Independiente pudiera llegar a su época de oro en materia de bailes, debieron coincidir varias circunstancias, algunas de las cuales ya hemos recordado: los éxitos deportivos, la necesidad de complementarlos con una actividad social, un entusiasta grupo dirigente bien dispuesto y un presidente con gran dinamismo. Todo ello, en lo que respecta a la institución, pero además falta un aspecto muy importante que enunciamos a continuación.

Para poder entrar en el diagrama de esas troupes musicales que abarcaban varias plazas, era necesario el contacto que alguien que manejara la programación. Fue fundamental para Independiente, la relación entablada con el Sr. Víctor M. Tóffalo, conocido comerciante de la ciudad de Concepción del Uruguay, quien durante muchos años estuvo al frente de la tienda El Sportsman y era además, empresario artístico.

El Sr. Tóffalo estaba vinculado con muchos representantes de orquestas capitalinas. A su vez, conocía por lazos comerciales y de amistad, a Don Raúl Ghiglia y a otros dirigentes de la provincia.

Cada vez que Tóffalo compraba un espectáculo, se encargaba de venderlo en las ciudades vecinas. De este modo, Independiente pudo tomar contacto con lo mas cotizado del país en materia de música popular. Ello le posibilitó alcanzar aquellas rutilantes jornadas, que han quedado grabadas en la memoria de los bailarines.

Pero sigamos la ilación de nuestro relato: habíamos prometido recordar algunas graciosas anécdotas de aquel memorable baile en el local de Rossi con la actuación de Alberto Castillo. Lógicamente, la presencia del célebre médico-cantor, el de los cien barrios porteños, había despertado en el pueblo una gran expectativa. El ídolo era objeto de vocingleras caravanas y concentraciones de simpatizantes en los salones del Hotel Comercio, donde se alojaba. Todo ello explica el lleno total del espacioso galpón, allá por 1940.

EL MICROFONO AMAESTRADO

Hacía pocos años que habían llegado a Gualeguaychú los primeros micrófonos. Un pionero en aquellas técnicas de sonido fue Pepe González, quien arrendaba su equipo al Club Independiente. Pero Pepe tenía sus bemoles: no le gustaba que los cantores le hamacaran los micrófonos. Alguien, para hacerlo engranar, le recordó que Alberto Castillo era famoso por esta costumbre. Esto era así, aún cuando se trataba de un elemento de gran peso y tanto volumen, que casi tapaba la cara del cantor.

Pero a Pepe -que no era ni lerdo ni perezozo- no se le movió un pelo (aunque en su caso, podríamos decir mas propiamente, que ni chistó) y sin acusar mayor preocupación se limitó a decir: vamos a ver si a mi me lo bambolea....

Muchos pensaron que iba a clavar el micrófono en el escenario, pero como no hizo tal cosa, creció la curiosidad. La cuestión es que Castillo cantó toda la noche sin tocar el micrófono mientras Pepe muy orondo, saboreaba en silencio su triunfo.

¿Qué pasó? Muy sencillo: había tenido la previsión de dejarle un cable pelado y cuando Castillo lo quiso tocar, le pegó tal patada que fue la única vez en su vida que cantó ¡con las manos en el bolsillo!

Como diríamos ahora: "son años... "

Publicado el 20/11/88

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