sábado, 27 de febrero de 2010

EL "DOTOR" MARTINEZ


Casi nadie recuerda que se llamaba Eduardo. Para todos era "el Dotor", singular apodo, cuyo origen hemos podido develar. Allá por el año veinte, Eduardo Martínez era utilero del equipo de fútbol de Central Entrerriano. En el transcurso de un partido, la Mula Etchegoyen sufrió una seria lesión que aparentemente le impedía seguir jugando. Entonces

Martínez le hizo una cura tan perfecta, que pudo reintegrarse a su equipo de inmediato. En ese momento lo bautizaron "el Dotor", sobrenombre que lo acompañó el resto de su vida.

Cuando éramos niños y lo veíamos desfilando en el corso, pensábamos que era realmente un doctor, tal vez impresionados por sus lujosos atuendos. Hoy ya adultos, al recordar la figura de este anciano que marchaba con andar pausado y mirada bonachona, hemos podido averiguar otros datos de su vida. Así por ejemplo, que la gente lo llamaba "Dotor" omitiendo deliberadamente la "c", para no confundirlo con el verdadero doctor Martínez, que era Lucio Martínez Garbino.

Esos niños de hace treinta años, no sabíamos que desde mucho tiempo antes, el Dotor venía animando nuestros carnavales. En su juventud, el vigor físico le había permitido dar vida a otros personajes carnavaleros, con generoso derroche de energías. Luego, el paso de los años menguó sus fuerzas y el vigor de sus caracterizaciones.

En la década del treinta, el Dotor "montaba" un caballo de utilería que él mismo había construido, con un palo cubierto de tela, imitando el cuerpo del animal, con su cabeza y una gran cola. Era un caballo de dos pies: los del Dotor. Constituía una pieza fundamental del equipo, el talero hecho con una vejiga inflada a modo de lonja, que llevaba en la mano y de a ratos hacía chasquear en el piso, produciendo gran estruendo.

Iba desfilando mansamente el jinete con su caballo, mientras saludaba a todos los palcos y mesas, ya que era archiconocido en toda la ciudad. De repente, el caballo se desbocaba y empezaba a dar furiosos corcovos. El ruido de los rebencazos era impresionante y así, caballo y jinete entraban en un frenético espectáculo de tal realismo, que llegaba a espantar al público y causaba verdaderos desparramos de grandes y chicos. Sofrenado el caballo, el Dotor, ya dueño de la situación, aceptaba los tragos que la gente le ofrecía para reponer energías y mas adelante, repetir su ingeniosa invención.

Eran los años mozos del Dotor. Por entonces, hizo algunas incursiones en el boxeo, que se había puesto muy de moda después de Firpo-Dempsey, en el año 1923.-

No siempre le iba bien en este deporte. En una pelea realizada en el Yacht Club, Quby Duarte lo llevaba bastante mal. Estaba en su rincón casi desfalleciente, cuando uno de sus segundos le arrimó un limón y le dijo:

-¡Chupe, Dotor!

Nuestro personaje estaba tan grogui, que sólo atinó a preguntar:

-¿Para adentro o para afuera?

El Dotor, como muchos de estos tipos callejeros de la época, se ganaba la vida haciendo changas; a veces oficiaba de pintor y en ocasiones vendía billetes de lotería.

Habitualmente recalaba en el Hotel París en época de su primitivo dueño, don Ceferino García. Casi podría decirse que vivía en el Hotel, donde ayudaba en distintos menesteres, tanto a su dueño como a los viajantes que requerían sus servicios. Recién en la década del cincuenta se inicia la relación con la Casa Bustelo, que se prolongó casi hasta el final de su vida, hace unos veinte años.

El primer disfraz que llevó el Dotor, fue el de Chaplin. Mario Bustelo se lo armó con un chaquet y una galera de época que habían pertenecido a su padre, Don José A. Bustelo, fundador de la prestigiosa joyería, en 1907. Era tal la elegancia de ese Chaplin, que una noche el Dotor fue invitado a concurrir con ese atuendo a un baile del Club Recreo, y allí quedó asombrado por la forma en que la gente lo agasajaba.

Con la Casa Bustelo, el Dotor hizo un verdadero cursum honorum, como le llamaban los romanos a la carrera de la función pública. Porque a través de sucesivos disfraces, que llevaban grabada en la espalda la propaganda de la casa , fue ascendiendo de categoría. Así de Chaplin pasó a Embajador; luciendo el traje con que aparece en el foto.

Después pasó a Príncipe y finalmente llegó a la cúspide, ya que en sus últimos años, desfiló como Rey. Aún se recuerda su imponente corona de utilería, hecha de latón porque todavía no abundaba el aluminio. Los grandes rubíes que lucía -de increible realismo- eran vidrios tallados y tratados con una pintura brillante especial, obra de un joyero alemán de la calle Libertad. El Dotor siguió animando nuestros corsos y recorriendo las calles de la ciudad, hasta los ochenta años.-

El relato de su pintoresca actuación y la fotografía correspondiente nos han quitado espacio para referirnos a Paco, como les había prometido. Pues quedará para el próximo domingo. ¿Les paneche?

Publicado el 17/01/88

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