sábado, 27 de febrero de 2010

EL COPETIN AL PASO -1ª parte-


A mediados de la década del `40, abrió sus puertas en calle Churruarín, (ex Centroamérica) contiguo a la actual sede del Club Neptunia, el "Copetín al Paso". Este singular nombre que hoy nos resulta curioso, se había puesto de moda en Buenos Aires para designar esa mezcla entre bar y restaurante, donde las copas alternaban con las minutas. Sólo que allá esa denominación era un aditamento al nombre del comercio, en cambio aquí se llamó directamente "Copetín al Paso".-

En los inicios, sus dueños fueron Mario González, Fermín Caballero, y el Negro Tagliana, aunque al poco tiempo estos últimos se separaron y quedó Mario al frente del local. El lugar -como muchos otros de la época- era rústico en cuanto a su ambientación, y poseía algunos detalles que le daban un especialísimo toque de bodegón mistongo, familiar y acogedor.

Además del típico mostrador de madera con sus campanas de vidrio para los sandwichs y empanadas, acentuaban la personalidad del lugar los barriles de vino "Pancho Talero" y adornaban las paredes los inconfundibles frescos del pintor Petisco. De ser cierto lo que se cuenta, mas de una noche, eran éstos los únicos que permanecían "frescos".-

MARIO

Si alguien llegó a personificar en equilibrada amalgama, las condiciones señaladas para estos pintorescos personajes, que detrás del mostrador dejaron su sello inconfundible , ese alguien fue Mario González.

Generoso como el que más, dotado de un agudo sentido del humor, abierto y franco, su singular personalidad llenaba todo el recinto.

Es que él y su bodegón eran un todo inseparable. Con palabras de Ortega y Gasset, Mario era Mario y el Copetín, su circunstancia. Igual que a sus pares, no lo animaba en absoluto el afán de lucro, pero le sobraba, eso sí, ese espíritu de bromista incorregible y ocurrente, a tal punto, que sin medir gastos ni límites, era capaz de jugar su boliche entero a la marchanta en pos de una farra.- Así era Mario.

CONFITES Y BROMAS

Con las primeras sombras de la noche, empezaban a llegar los parroquianos a degustar entre copa y copa, las apetitosas guarniciones que iban saliendo de manos de su excelente cocinera, doña María Martínez.

Pero había que estar preparado y aguantarse algunas sorpresas...

Una noche, después de dar cuenta de un exquisito escabeche de conejo, apareció el anfitrión con una fuente. Contenía las cabezas de los animalitos recién comidos: eran los gatos que hasta la noche anterior habían invadido los fondos del local.-

Otro día los invitó con unas sabrosas perdices que fueron la delicia de todos, aunque la satisfacción duró poco: al rato vino Mario desde la cocina trayendo calzadas en sendas botellas, las cabezas de las deglutidas lechuzas, arregladas primorosamente con unas servilletas a modo de pañuelos.-

RAZONES DEL EXITO

Dado que el aspecto del lugar no era especialmente atractivo para atraer una clientela masiva, los primeros parroquianos fueron importados por Mario del Club Independiente. Y en poco tiempo el lugar cobró vida plena, a tal punto, que a pesar de su corta existencia -apenas una década- aquella época se nos presenta como verdadero Siglo de Pericles, por el modo con que marcó una etapa de esplendor.

Debido a sus numerosas relaciones, Mario lograba concretar la presentación de espectáculos artísticos y de varieté con figuras del ambiente local y también de Buenos Aires. Terminada su actuación profesional en Independiente, aterrizaban en ese templo de bohemia, a consumir el resto de la noche. Allí actuaban generalmente con mayor brillo y espontaneidad que en el espectáculo para el cual habían sido contratados. Pero en forma gratuita. Así, el Copetín vio pasar a artistas de relieve como Alberto Anchart, el Cuarteto Mora, AmelitaVargas; Juan C. Barbará y otros tantos.

Publicado el 15/03/87

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