sábado, 27 de febrero de 2010

LOS BAILES DEL CLUB INDEPENDIENTE (12ªnota)


Y por fin el esfuerzo rendía sus frutos: para las décadas del cincuenta y sesenta, los bailes de Independiente, se habían impuesto como los mas espectaculares del sur de la Provincia.

Todavía se recuerdan jornadas memorables, como la noche en que vino por segunda vez Feliciano Brunelli y su orquesta característica: una cuadra de cola para adquirir la entrada en la boletería. Finalmente, cuando en la amplia sede de casi una manzana, no cabía literalmente un alfiler, se cerraron las puertas con el clásico cartelito: no hay mas localidades. El lleno total se repitió en otras oportunidades, aunque pocos dudan de que el verdadero récord fue la noche de Brunelli.

Pero mas allá del número de concurrentes, era admirable la animación y clima festivo que alcanzaban esos bailes. Para ello, fue fundamental en esos años locos, la presencia de numerosos máscaros de ambos sexos.

Disfrazarse era todo un ritual: requería preparar la indumentaria apropiada para lograr un doble efecto: que el atuendo luciera y que ocultara la identidad. Era mucha la gente que se pasaba el año esperando el carnaval. Al igual que en los lejanos orígenes de estas fiestas, los pueblos de la antigüedad, vivían esa ilusión por unos pocos días. Pero después de la fiesta, les costaba volver a la realidad cotidiana y empezaban a soñar con las próximas carnestolendas.

Cada disfraz tenía sus objetivos. Algunas mascaritas se proponían la conquista de su príncipe azul y se ponían el antifaz con esa ilusión. Otros en cambio, tenían el propósito de "cargar" a cuanto conocido se cruzara y alcanzaban el éxito, cuando nadie los reconocía..

Había también quienes -pese a sus recaudos- eran sistemáticamente descubiertos. Un de estos casos, era el del negro Pitingui Duarte, que solía disfrazarse de León de Francia, o de mono. Tan serio se tomaba este último papel, que sin mayor esfuerzo, trepaba por las paredes como un verdadero simio, sobre todo después de haber pasado por la cantina.

¿Porqué fracasaban los intentos de Pitingui por mantenerse en el anonimato? Pues en el afán por ocultar el tono delator de su piel, todo el mundo lo reconocía. Si un mascarito iba totalmente cubierto, ¡seguro que era Pitingui!

Había también un manzueta, que al hablar era sistemáticamente reconocido y entonces preguntaba muy extrañado: ¿.omo me onojis.e?

Una pareja -vestida graciosamente de conejos- tuvo mayor éxito: se divirtió toda la noche farreando a una clientela tan variada, que desconcertó todos. Y cuando uno menos lo piensa, salta la liebre: los conejos fueron descubiertos por un jovencito -Raúl Ghiglia (h)- quien, señalándolos repetía: ¡bañero!, ¡bañero! con tanta insistencia como para que todos se desayunaran. Eran nada menos que Miguel Arévalo (el Zorro), popular guardavidas del Neptunia, y su esposa.

Otros máscaros se especializaban en disfrazarse de mujeres con tal perfección, que mas de uno pasaba la noche tomando de arriba, a costillas de algún amigo, que pagaba las copas en la creencia de que agasajaba a la dama de sus sueños.

También abundaban los cazadores cazados. Estos cazados con zeta eran casados con ese que, al final de la jornada acompañaban a la alegre mascarita y cuando llegaba el momento de sacarle el antifaz, descubrían espantados que era ¡su mujer!. Este accidente se repitió muchas veces y sirvió para que con acierto, se insertara un cuadro alusivo en la obra teatral costumbrista Esas melodías de caña y papel.

Otros galanes terminaban con parecida suerte. Polo Orué y una circunstancial mascarita, salieron del baile y cada uno quería llevar al otro a su casa. Ambos coincidieron: la dama resultó ser ¡su hermana Cata!

Aquí terminamos con los bailes de Independiente y con la serie que nos ha ocupado durante varios meses.

Con su rememoración, hemos querido poner de resalto , la visión y el empeño de aquellos incansables dirigentes, que en pocos años le cambiaron el modo de divertirse a nuestro pueblo.

Publicado el 8/01/89

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