sábado, 27 de febrero de 2010

LOS MEMORABLES BAILES DE LA AURORA (2º Parte)


Y bien, ha llegado el momento del baile, que demoramos deliberadamente. Son las ocho de la noche ¡que tarde! y el majestuoso salón, después de una jornada febril de actividad, luce con su piso recién encerado, elegantes cortinas y abundante iluminación (¡igualito que ahora!). Coloridas guirnaldas se entrecruzan en el recinto, que acusa un emotivo toque patriótico, con los emblemas nacionales bien visibles.

En las sillas dispuestas alrededor del rectángulo central, impacientes niñas esperan el comienzo de la música y el baile, bajo la escrutadora vigilancia de las matronas que comandan cada grupo. De vez en cuando echan una discreta ojeada hacia los muchachos que aguardan de pie mas al fondo, cerca de los ventanales.

Ellas visten con lo mejor de su guardarropa: polleras largas acampanadas, zapatos de taco Luis XV; sombreros; capelinas, guantes; algunas alhajas, y en el pecho, la infaltable flor. El pelo, no muy largo, ha sido ondeado usando peinetas o rollitos de papel, con la ayuda de agua y limón. No se conocían los modernos acondicionadores capilares y casi no existían peluquerías de mujeres. Ese estilo de peinado, símbolo de la época del cine mudo, inspiró el tango Melenita de Oro.

Los varones se tiraban el ropero encima para los bailes (ahora van de zapatillas) y para esas grandes ocasiones, lucían sus mejores camisas de poplín o seda con cuello almidonado - al igual que los puños, abrochados con gemelos- riguroso saco cruzado y corbata (de uso obligatorio) con su traba o alfiler; zapatos de charol; sombrero (canotier, si era verano) y peinado a la gomina. Tiradores y chaleco completaban el atuendo. Ya muy poco se usaban las polainas.

A la hora convenida, los músicos de la orquesta (Amor y Primavera, o la de Alfredo Orlando Angerosa, o Kuroki Murua, según las épocas) comenzaban a tomar ubicación en el amplio palco situado sobre el lado Este . A medida que iban sacando notas para el ajuste de sus instrumentos, comenzaba a amainar el murmullo. Se vivía entonces la magia de los instantes previos al baile-acontecimiento, en los que la ansiedad indisimulada de las niñas y la impaciencia de los muchachos, parecían solo compensarse con la postura imperturbable de las matronas y el aplomado profesionalismo de los músicos.-

Y llegaba el gran momento, cuando irrumpía en el escenario la figura respetable del anunciador. Este, designado por la Comisión Directiva, presentaba la velada con voz estentórea, pues no se contaba con amplificación, que recién comienza a usarse en 1937. Sus palabras finales eran casi siempre ahogadas por la sonoridad de los bandoneones, mientras los primeros acordes de los violines atravesaban el recinto bajo el cerrado aplauso de la concurrencia que, mas que la aprobación a los músicos, parecía expresar la liberación de tanta emoción contenida. No era para menos: un baile de La Aurora no se disfrutaba todos los días; y pasado el acontecimiento, los comentarios y recuerdos duraban meses.

Ya estamos a un paso de salir a la pista, mientras los muchachos se dan ánimo para afrontar el difícil trance de la invitación a bailar.

Publicado el 24/04/88

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