sábado, 27 de febrero de 2010

LOS BAILES DEL CLUB INDEPENDIENTE (6ª nota)


LA PISTA ROJA

La década del cuarenta, marcó una etapa clave en la vida de Independiente. El subsidio de dos mil pesos otorgado por la Municipalidad, permitió la compra de la primera fracción de terreno para su sede. Mediante sucesivas adquisiciones, se fueron añadiendo fincas contiguas como las dos casitas de Rossi, las de Margalot, Baffico y otras sucesivas, hasta abarcar la mayor parte de la manzana. Todo se compró contando con el producido de los bailes, como recurso principal.

Cuando las circunstancias antes apuntadas, hicieron ineludible la construcción de una pista de baile, se encomendó la tarea a Pepe Sosa y colaboró para su financiación don Bárbaro Longo. Estaba hecha de mosaico y fue la base para que después se emplazara el rectángulo de básquet que todavía se conserva.

Como ya hemos visto, la habilitación de la Pista Roja cambió la historia de los bailes en Gualeguaychú: la asistencia masiva de público y la boletería en la puerta dejaron atrás la época romántica de los bailes de salón y las barrocas invitaciones.

Pero no vaya a creerse que el cambio fue tan rápido: algunas costumbres sólo después de varios años se modificaron. Por ejemplo, en la entrada se hacia un riguroso control de vestimenta a los varones, ya que regía en todo su vigor la exigencia del saco y la corbata. Mas de uno tenía que volverse, si no conseguía en las inmediaciones alguna corbata prestada.

También se reservaba el Club el derecho de admisión y cualquier persona que por sus antecedentes o aspecto significara la posibilidad de algún problema de conducta, era rechazada de buenos modos pero con inflexible determinación. Esta tarea de indudable responsabilidad, estaba a cargo de Peluncho Castillo y Víctor Allende. Tenía su importancia, ya que cualquier incidente podía comprometer la concurrencia en futuros bailes. El público recelaba mucho de tales contratiempos y si no se actuaba con firmeza en la tarea preventiva, las reuniones se quemaban. El celo de esos cancerberos permitió que los bailes de Independiente, multitudinarios y abarcadores de un amplio espectro social, cobraran el prestigio que los caracterizó durante décadas.

Para carnaval, era de rigor la identificación de las mascaritas previo a su ingreso. Con frecuencia, las personas que pretendían eludir el control, eran discretamente invitadas a retirarse del baile.

En cierta oportunidad una mascarita pasó sin identificarse. En la suposición de que se trataba de alguna persona de las indeseables, se la llevó a la Secretaría a los fines de su reconocimiento. Grande fue la sorpresa de los directivos, cuando comprobaron que la mascarita no era otro que don Isaac Manuel Alvarez -El Colorado- amigo de muchos de ellos, pero tan bien disfrazado, que nadie imaginó su identidad.

Tuvieron que pasar muchos años para que se flexibilizara la exigencia en cuanto a la vestimenta y se suprimiera la enojosa identificación de los máscaros.

La concurrencia de disfrazados era multitudinaria. Tan era así, que muchos músicos llevaban en su maleta los disfraces, y se los ponían luego de cada presentación, para salir a la pista. ¡Bien pensado!... ¿Quien iba a sospechar?.

La amplitud social de los bailes de Independiente, hizo que su clientela abarcara todos los niveles, integrándose en un clima de diversión, disfraces de por medio. Mucho tuvo que ver en esto don Claudio Méndez Casariego que, si bien se esmeraba por la elevación social del Club a través de sus opíparas cenas y fiestas bailables, también exigía a los amigos que llevaran sus empleadas domésticas a los bailes, porque también para ellas era la diversión. Así contribuyó Independiente a diluir las rigideces sociales que caracterizaron otras épocas.

Publicado el 27/11/88

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