sábado, 27 de febrero de 2010

LA PIZERIA (2ª parte)


MAS CLIENTELA

Hemos visto que cada uno de los bares aquí rememorados, tuvo dentro de su clientela, un núcleo iniciador nítidamente identificado.-

Y dado que estos lugares tuvieron larga vida -varias décadas- los grupos habitúes se fueron renovando, de modo que podemos reconocer varias tandas sucesivas y por último a los enterradores. En muchos casos, hemos comprobado que algunos, por su perseverancia (y por no atrasarse en la cuenta), alcanzaron a reunir doble condición de iniciadores y enterradores, cubriendo de punta a punta la trayectoria.-

Figura en este último caso Plinio Colombo, a quien ya nos referimos. También Pebete Daneri y Rulo Rébori, revistaron en el grupo fundador junto a figuras tan queridas como Martín Arrate, Pacho Irigoyen o el infaltable Carlitos Rossi, cuyo récord se hace imbatible. Además de don Angel Zábal y don Domingo Elgue, podemos recordar a Juan Labayen, Julián Majul , el viajante José María Durand, y el grupo de simpáticos alemanes que conformaban la ya mencionada clientela de Hannecke: el médico Victor G. Weingand, don Isidoro Mayer, Wilhem Sommer y Hermann Fandrich. Cierran la lista los titulares de la Farmacia del Pueblo, que se encontraba haciendo cruz con la Pizería: Julio Lambruschini y Penche Calveyra.-

SIMPRE EL HUMOR

Siempre. Era la esencia de estos ambientes. Una vez Penche se pintó cuidadosamente el pulgar derecho con lápiz labial, esperando al primero que llegara. Le tocó a don Isidoro Mayer, que se sorprendió un poco de la efusividad con que Penche lo saludaba, pese a que se veían todos los días.

Penche aprovechó el saludo para descargar manchas de rouge en el pobre don Isidoro, quien al regresar a la casa, tuvo mucho que argumentar para convencer a su esposa.

TRABAJO INTENSO

En los primeros tiempos y mientras estuvieron al frente los socios: Jorge y Dmetrio Schismanov con Pedro Djukoff, la Pizería alcanzó un ritmo de trabajo intenso y continuado, ya que tenía diversas clientelas que se sucedían a lo largo de cada jornada. La notable laboriosidad de estos búlgaros, se ponía de manifiesto cuando amasaban y horneaban tandas de veinte pizas. En algunos turnos, llegaron a vender hasta sesenta y esta cifra era aún mayor en los días y horarios especiales. Lograron tal perfección, que pronto el sabor se sus productos alcanzó prestigio en toda la ciudad, con gran respuesta del público.

Además de las pizas, elaboraban empanadas y alfajores. La materia prima que acumulaban para la elaboración, nos da la pauta del ritmo alcanzado. Muchos recuerdan todavía con asombro, la enorme cantidad de bolsas de harina, así como también los gigantescos envases con aceitunas, anchoas y otros ingredientes que se descargaban con frecuencia, a escala casi industrial.

Publicado el 14-06-87

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