sábado, 27 de febrero de 2010

MANYUN


Se llamaba Juan Bautista Lapalma. Vivía de su trabajo como conductor de carruajes en la cochería de Juan Salagoity (San Martín y Alberdi) y luego en la empresa fúnebre La Nueva. Un mayoral a la vieja usanza: con el señorío que otorgaba el clásico atuendo de levita, galera y guantes.

Después, quien sabe por que revés del destino, Lapalma se fue entregando a la bebida, que terminó por doblegarlo. Y cambió el oficio solemne de mayoral, por el de caminante de nuestras calles; la levita, por el raído saco gris; la galera por la boina y las riendas, por el mono de linyera. Para que la mutación fuera total, dejó de llamarse Lapalma para ser "Manyún", el que todos conocimos deambulando por las calles. A quien alguna vez le gritamos con infantil picardía: ¡Manyún..!! para hacerlo enojar.

Aún parece que merodeara por las noches con su pequeña y ancha figura, su cara lampiña, a veces tembloroso de frío, buscando algún huequito para refugiarse en las noches de invierno.

No tenía casa ni familia. Su hogar era la calle y algunos bares, en los que aparecía a cualquier hora para aplacar la sed. Andaba siempre con su perro, gracias al cual, muy rara vez fue preso por ebriedad: era imposible arrimársele. No tenía medida para beber: una vez lo vi tomar un litro de vino sin respirar. Todavía se recuerdan los clásicos sapucai de Manyún, cuando su euforia se despertaba, especialmente en los actos políticos.

Porque su otra pasión, además del vino, era el radicalismo. Esa doble inclinación era tan pública, que llevó a confundir a un alumno del Colegio Nacional: en un examen de química, le preguntaron por el radical alcohólico y contestó ¡Manyún ! muy suelto de cuerpo.-

Como todo bebedor, tuvo algunas caídas: dos veces se quebró y por ello lo internaron en el Hospital. Se enfurecía como un león porque no allí no le daban vino. Entonces el Director hacía la vista gorda y siempre aparecía un vasito para él. Por algo trazábamos el paralelo con Nicanora Pintura.

Era un hombre tan bueno como sufrido. Tenía sus guaridas y lugares de provisión. Una familia de la calle Fray Mocho y Luis N. Palma, le proporcionaba alimentos. A la mañana, hacía la recorrida por los bares y levantaba lo que quedaba en las mesas de la noche anterior. Como por ejemplo, en el Copetín al Paso, ya que Mario no era muy madrugador para limpiar.

Después consiguió un refugio con sus amigos Candiotti y Cáceres, en los fondos de la finca donde el Dr. Enrique Darchez construyó luego su residencia de Urquiza y Seguí.

Y un día desapareció Manyún de las calles de nuestro pueblo.

¿Qué pasó? Cuando las fuerzas no le dieron mas para seguir esa vida errante, se refugió en el Asilo de Ancianos.-

Y allí lo visitaba a veces quien esto escribe, ya que se había hecho tan amigo suyo, que alcanzó el privilegio de unos pocos: la autorización para tratarlo de Manyún.

Este no fue el único personaje callejero que recogió el Asilo: cuando uno llamaba a la puerta, era amablemente atendido por el popular Paco (el inundado) que hacía las veces de conserje. Un día Manyún nos dejó para siempre. Se fue en silencio; sin enojos ni sapucais. Tal vez encontró por fin, la paz que la vida le había negado y el vino no le ayudó a alcanzar.

Publicado el 23/08/87

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