sábado, 27 de febrero de 2010

EL SUEÑO DE DON DAVID DELLA CHIESA (3ª nota)


Estamos en los primeros días de 1930; el desafío había sido aceptado: Aunque aquel "Bueno, muchachos ¡hasta Buenos Aires no paramos!" era para algunos, la utopía de un gringo macaneador, otros vislumbraron que la tenacidad de aquel hombre, podía superar los mas rudos obstáculos.

Entonces se sumaron a su entusiasmo formando un haz compacto, con fuerza para vencer las enormes dificultades que les reservaba la naturaleza. Se convirtieron así, en la encarnación mas gráfica de aquel pensamiento que exhibía en su consultorio Micho Grané: "A las grandes obras, las sueñan los santos locos, las ejecutan los luchadores natos, la disfrutan los felices cuerdos y las critican los tontos crónicos". Y allá marchó don David con su capataz de obra, don Pascual Alfieri y el equipo de personas que había convocado para la quijotesca empresa. El sabía a quien recurrir para cada aspecto. Así, consultó con el señor Negrette, viejo vecino ceybero que conocía hasta el último rincón del país de los matreros -como le llamara Fray Mocho- quien le proporcionó las orientaciones para que el geógrafo Wibert volcara en sus planos, los rumbos de la obra. En un sulky de altas ruedas avanzaban y vadeaban arroyos para ir poniendo los mojones. Como la vanguardia de un ejército a la conquista de un mundo inexplorado, iban las cuadrillas abriendo picadas y materializando aquello de se hace camino al andar.

Para poner a prueba el espíritu indómito de aquellos cruzados del progreso, la naturaleza les opuso todo tipo de dificultades: desde los tramos de selva impenetrable, como lo era la del sur entrerriano, en que llegaron a perderse los ingenieros de la obra, hasta el embate de las aguas que en súbitas embestidas, derrumbaban los precarios pasos hechos con troncos y tierra.

Pero volvían a empezar con la perseverancia que les daba su entereza y la responsabilidad que habían asumido ante sus pares y ante la historia. Mas de una vez se lo vio a don David con el agua hasta la cintura, aún a riesgo de su propia vida. Ante la mirada sorprendida de antiguos pobladores, que por primera vez en su vida veían un tractor y alguna máquina vial, la obra avanzaba por los albardones y se internaba en los bañados, que de pronto se encontraban atravesados por terraplenes de dos metros. La empresa se realizó respetando las mas estrictas reglas técnicas. Se construyeron badenes y puentes para cruzar mas de veinte ríos y arroyos, de modo tal que el Perico, el Sagastume y el Malambo, fueron uno a uno vencidos por la voluntad sobrehumana de aquellos luchadores.

Sólo el Paranacito quedó sin cruzar en los primeros tiempos y tuvo que atravesarse por medio de balsas, hasta la construcción del ya legendario puente metálico. Baste decir, para tener una idea de la titánica empresa, que se movieron 55.000 metros cúbicos de tierra, se tiraron 16.000 metros lineales de alambrado, numerosos guardaganados de 5 m y 110 alcantarillas del tipo Armco, además de otras obras menores.

La empresa se encontró con grandes montículos denominados "cerros indios" que los aborígenes construían para defenderse de las crecientes y algunos de los cuales se conservan en el corazón de Ceybas. Descubrieron también cementerios indígenas con restos expuestos en la copa de los árboles y otros yacimientos arqueológicos.

A medida que crecían las dificultades, se fortalecía la voluntad de aquel visionario. Don David tenía la mirada puesta en el Paraná Guazú y aunque no lo veía, seguramente en sus oídos le parecería sentir ya el bullicio de esas aguas. El punto de llegada propuesto como objetivo era un viejo muelle que se denominaba Puerto Ninfas. Después se llamó Puerto Constanza.

Si hubieran relacionado el lugar con el empeño de aquel bravío luchador, tendría que haberse llamado ¡PUERTO CONSTANCIA!

Publicado el 30/10/88


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